martes 28 de abril de 2009
Fortaleza Volante
“Al principio, nada más verlo, me quedé en silencio.
Tardé algunos segundos, quizá un minuto en comunicárselo al segundo piloto. Tampoco estaba seguro de lo que teníamos frente al avión. Al aproximarnos un poco más, quedé atónito. Le hice una señal a Antonio, que casualmente, volaba conmigo en aquella tarde del domingo 11 de marzo de 1979.
“mira”, le dije. Y el segundo piloto pegó la nariz al parabrisas del DC-9. Y sin mirarme siquiera, soltó un “¡Anda!, ¿Qué diablos es eso?”
El suceso fue protagonizado por: Carlos García Bermúdez y Antonio Pérez Fernández. Pilotos de renombre en España.
El evento se desarrolló de la siguiente manera:
Hacia las 17:10 horas de ese domingo, Carlos y Antonio, pilotaban un reactor DC-9 de Avianco. Era el vuelo 174. Habían despegado de Bilbao y se dirigían a Barcelona, siguiendo la aerovía UG23 (Verde superior 23).
El cielo estaba limpio, azul. Con un sol brillante. Sin una sola nube. Todo marchaba como Dios manda…
“Al llegar a unas 25 millas al este de Pamplona –es decir, a poco más de 46 kilómetros- distinguí una masa oscura. Antonio y yo nos miramos. Pero ninguno supo que decir. ¿Era una nube? Conforme nos fuimos acercando, aquel color casi negro se fue haciendo más claro. Semejante al plomo.
Estaba flotando, eso era lo incomprensible. Nosotros marchábamos un poco más altos. Total que puse el radar y nada.
La pantalla no daba señal alguna. Y conforme llegábamos a su altura, Antonio y yo vimos que estábamos ante algo con formas definidas.
Desde luego que no era una nube. Era simétrico. Pasamos por encima. Justo sobre su vertical. Y era evidente que sus aristas estaban absolutamente definidas. Repito –remachó Carlos- que sus formas eran perfectas”.
Antonio asintió:
“Visto desde arriba parecía una seta. Y el conjunto nos recordó tres platos o discos superpuestos. En efecto, el color era gris plomizo.
La explicación de la formación nubosa, no se sostiene. Cualquier formación nubosa, por muy geométrica que sea, presenta deformaciones: jirones, deshilachamientos. Y, sobre todo, no ofrece una sensación de solidez, como aquello. Parecía estático en el mismo centro de la aerovía. O, al menos, si se movía, lo hacía muy lentamente. Abajo en tierra vimos su sombra. Era un óvalo perfecto. Las dimensiones eran espectaculares. Necesitamos unos siete segundos para cruzarlo. Y lo hicimos por el centro. Si nuestro DC-9 marchaba a unas siete millas por minuto, aquella cosa tenía, por lo menos, tres kilómetros de diámetro.
Gracias al cielo, nada más dejar atrás la gigantesca seta, otro avión que despegaba del aeropuerto de Pamplona empezó a llamar a Control Madrid. Era un DC-9 también, de nuestra compañía”.
“¡Madrid! ¡Oiga!, ¡Madrid! ¿Tiene usted algún contacto radar con un objeto volador no identificado, a unas 25 millas al este de Pamplona? “¡Madrid! ¡Oiga!”
“Negativo –contestó Madrid-. No tengo ningún contacto radar”.
“El otro avión volaba a unos tres o cuatro minutos en relación a nosotros. Entonces, este segundo avión pidió permiso a Madrid para darle una vuelta completa al objeto. Y Control Madrid le autorizó.
Sedó entonces fue describiendo lo mismo que habíamos visto nosotros. Al poco, un tercer avión, esta vez de Iberia, y que pasaba en ese momento por Pamplona, rumbo a Francia, notificó a Madrid la presencia de ese misterioso objeto.
Decidimos, en vista de lo acontecido y los testimonios de los otros pilotos, hacer la llamada a Control. Tomé el telemicrófono y le dije a Control: “ lo que ha reportado el Iberia y lo que ha dicho también el Avianco Pamplona-Barcelona, lo ratifico yo plenamente”.
Nos dijeron que tenían conocimiento del hecho, pero que no daba señalización en el radar”.
Estaba claro, hasta ese momento, que el objeto tenía una estructura metálica y cubierto con lo que los pilotos definían como: algo sumamente extraño.
A partir de esos momentos, los dos DC-9 de Avianco siguieron hablando a través de una frecuencia especial. Y comentaron lo sucedido.
Luego de haber leído estas líneas que detalla este encuentro espectacular, solo nos queda mantenernos expectantes en el cielo ante nuevos encuentros de índole parecida.
El caso reviste un interés extremo. Una fortaleza flotante sobre los cielos. Ingrávido y de una estructura muy sofisticada, y, sobre todo, de unas enormes dimensiones. La única respuesta que podríamos dar a este encuentro es: la presencia, en los cielos, de naves de origen extraterrestre. Naves con un desarrollo tecnológico que supera, con creces, a nuestros aviones o ingenios tecnológicos terrestres. Evidenciadas por múltiples testigos que viajan en estos aviones comerciales. Naves de dimensiones descomunales que están posadas sobre los diversos países del mundo y, para la sorpresa de todos, son naves que no detectan los radares.
Extracto del libro: "Encuentro en Montaña Roja"; de J.J. Benitez.
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